©1998, Bernardo Fernández |
Advertencia a manera de prefacio:
Esta ponencia parte de un silogismo y una cita; no pasa de ser la reflexión de un lector que incidentalmente escribe ciencia ficción, por lo que el ponente debe hacer dos aclaraciones preliminares: (1) No cree en la existencia de la neta, por lo que no pretende ser portador de la misma y (2) Por lo establecido en la advertencia número uno, no busca ofender a nadie, por lo que no acepta reclamaciones (y básicamente le vale madre si las hay).
Primero el silogismo, y perdonen lo burdo que es, pero ayuda para los fines de esta plática:
"Si la literatura es el alimento del espíritu, entonces se puede establecer un parangón entre el valor literario de una obra y el valor nutricional de un alimento, aplicando el mismo criterio para determinar ambos", ¿okey?.
Ahora, la cita:
Stephen King declaró: "Soy el equivalente literario de una Big Mac", y aunque se arrepintió de haberlo dicho en el instante mismo que dijo la última palabra de la frase, nos cae de perlas para exponer la teoría de la hamburguesa, que sin más preámbulos postula como axioma:
"Escribir géneros es a la gran literatura lo que cocinar hamburguesas a la alta cocina".
No está de más acotar que la palabra literatura viene del griego littera, que significa "letra", y que se refiere a lo que está escrito y que por lo tanto se lee. Pero no entraré en la complicación de definir qué es literatura y que no, ni en discutir si la ciencia ficción en particular y los géneros en general son literatura; la respuesta, me parece, es evidente. Aunque los grandes chefs jamás cocinen hamburguesas no significa que nunca las coman.
Ahora les pediré que imaginen a la peor de las hamburguesas, una masa amorfa y grasosa de soya y carne molida (popular), frita en grasas saturadas, con un trozo de plástico amarillo mal llamado queso americano derretido encima, envuelta en un omnipresente bimbollo, salpicada de hojas de lechuga en el umbral de la putrefacción y ahogada en litros de mostaza y catsup de esa con la que se pueden pulir botones de metal. ¿Qué es lo que tenemos?. "El vikingo espacial", ni más ni menos (juro que hay una novela llamada así).
En esta categoría de hamburguesas podemos guardar toda clase de subproductos, que de ciencia ficción tienen sólo los elementos periféricos. Puro adorno, lo que David Pringle, tomando el término de J. Forrest Ackerman, llama Sci-Fi: ciencia ficción basura.
Los ejemplos abundan, todos los conocemos, tanto en libros como en películas y comics, y si aplicáramos a priori la ley de Sturgeon, el 90% de la ciencia ficción que se produce cae en esta clasificación. Pero en este caso no aplicaremos tal ley, ya regresaré sobre ello más adelante.
Pero se debe decir a favor de estas hamburguesas que si bien su valor nutritivo es nulo, es muy divertido consumirlas, y el que esté libre de pecado que lance el primer libro de Christopher Domínguez. Es lo que podríamos llamar el síndrome del Gansito Marinela: se le ataca por no ser alimento, pero nunca pretendió serlo.
A esta clasificación corresponde todo aquello que, al igual que su equivalente en hamburguesa, después de ser ingeridas o leídas, no aportan nada de provecho al consumidor, es decir, su valor nutricional es nulo.
En el extremo contrario de la clasificación hamburgueseril nos hallamos con una hamburguesa hecha de carne magra de primera, quizá cocinada al carbón para evitar freírla, aderezada con lechuga y jitomates frescos, todo ello envuelta en una hogaza de pan integral. 100 por ciento nutritiva, pero de alguna manera parece faltarle algo, carece del swing de sus contrapartes chatarreras. A esta clasificación pertenece el total de la ciencia ficción rusa, por ejemplo, y los más radicales exponentes de la llamada ciencia ficción dura: Arthur C, Clarke, Isaac Asimov, Larry Niven y Fred Hoyle, por dar sólo unos ejemplos (y de nuevo, quien no se haya saltado quince páginas de Mundo anillo buscando más historia y menos clases de ingeniería, que lance la primera piedra).
Ojo, no estoy diciendo que sean malos escritores, o aburridos, me refiero simplemente a que a veces resultan muy áridos; caen en lo árido, eso sí, con un alto nivel nutricional.
En este punto surge la pregunta obligada que todo consumidor de hamburguesas debe tener bailoteando entre sus neuronas: "Bueno, pero, ¿Hay acaso un punto intermedio entre la comida-chatarra-pero-divertida y la nutritiva-pero-aburrida?
Aquí es donde se retoma la famosa ley de Sturgeon, pero sólo para su refutación. La ciencia ficción a la hora de las estadísticas, como casi todo en este planeta, tiene forma de campana. Campana de Gauss.
Y si me están siguiendo en la analogía del fast food, quizá ahora estén pensando, como yo, en el nombre de la empresa que sirve más hamburguesas diariamente. Ésa, la de la M amarilla.
La mayor parte de la ciencia ficción que se escribe, edita y lee en el mundo es como los productos de esa empresa transnacional: bien hechas, con un alto control de calidad y nivel de factura, un sabor agradable y sin embargo, si no se consume cinco minutos después de cocinada, pierde toda su gracia y sabe a plástico, además que después de comerse, la aportación al consumidor es apenas un poco más que mínima.
Ciencia ficción McDonald's.
No daré nombres de autores. No son los que llegan a la cabeza inmediatamente después de que alguien dice "ciencia ficción". Ni siquiera son los segundos, sino los terceros. Buenos narradores, pero con poca originalidad. Vale la pena leerlos, pero nuestras vidas no cambiarán en nada si no lo hacemos. Y jamás, entre ninguno de esos autores hallaremos a un revolucionario estilístico o temático.
Afortunadamente para todo consumidor de ciencia ficción, siempre habrá un lugar como Chazz. Una cadena mucho más pequeña, por lo tanto de acceso más limitado, aunque no imposible, donde las hamburguesas son mucho mejores que en los McDonald's, Burger Kings o Whattaburguers. No son la opción más nutritiva que pueda cualquier persona elegir, pero son bastante mejor alternativa que las hamburguesas de carrito. Parecieran tener lo mejor de dos mundos. Phillip K. Dick, Ray Bradbury, Harlan Ellison, Philip José Farmer, William Gibson, Bruce Sterling, Greg Bear, Rudy Rucker, Octavia Butler y Jack Womack son algunos de esos autores, para nombrar sólo algunos. Cada quien tendrá su propia lista, sin duda. Es la ciencia ficción que va siempre un poco más allá (o un mucho, como en el caso de William Burroughs, J.G. Ballard y Kurt Vonnegut, cuya obra a mi parecer ha logrado trascender la etiqueta de género para instalarse entre los autores contemporáneos más importantes del inglés).
Desde luego, la teoría de la hamburguesa ofrece matices intermedios entre las tres categorías anteriores. Un ejemplo de ello es por ejemplo, la hamburguesa de soya: parece hamburguesa, huele como hamburguesa y en el mejor de los casos sabrá como una. Pero no lo es, se trata del vehículo mimético de otro tipo de ideas extraliterarias. Doy casos: Joanna Russ que escribe catecismos feministas disfrazados de novelas de ciencia ficción, y L. Ron Hubbard, de quien hay poco que comentar.
O el caso de la ciencia ficción mexicana, que por momentos es una hamburguesa de carrito inundada en salsa chipotle, como lo que se ha dado en llamar nopal fiction.
Y sin embargo, ninguna de las categorías anteriores demerita a la obra por sí misma. La ciencia ficción, como el resto de los géneros, en una literatura de consumo (idealmente) masivo. Escribimos para ser leídos, y no para refugiarnos en el exclusivo panteón de los intelectuales exquisitos. El problema es que el mercado editorial de nuestro país es tan pequeño que, dentro de esta analogía, los críticos pretenden evaluar las hamburguesas con los mismos criterios con los que se clasifica, por ejemplo, un mole poblano, o una pierna de carnero a la menta. Sencillamente, son cosas diferentes, pero no por ello somos menos alimento para el intelecto.
Sólo somos el más divertido.
Lo anterior es un intento lúdico de clasificar nuestro quehacer narrativo, y no pretende de ningún modo establecerse como neta universal. Como toda buena teoría, es rebatible, perfectible y desde luego susceptible de ser superada. Nada menos en este momento trabajo en establecer un paralelismo entre ciertos escritores de ciencia ficción y cantantes o grupos de rock, en relación al impacto de su obra en el género. Así, tendíamos que Julio Verne equivale a los bluesmen precursores del rock and roll, H.G. Wells sería una especie de Buddy Holly, Isaac Asimov el Elvis Presley, Ray Bradbury sería Bob Dylan, Philip K. Dick equivaldría a los Beatles, Harlan Ellison a los Rolling Stones, William Gibson a los Sex Pistols, y así por el estilo.
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Hace 10 años
1 comentario:
Hola, un enorme favor, ¿podría alguien darme el dato del año en el que se produjo el cuento de " El trozo más grande" de Bernardo Fernández que aparece en la antología Silicio en la memoria? soy estudiante de Lengua y Literatura Hispánicas de la UNAM en la FES Acatlán, y estoy haciendo un trabajo de investigación acerca del movimiento cyberpunk en méxico y elegí ese cuento por su cualidad expositiva de la situación social y política de México en la década de los noventas, además de como ya lo explica en la presentación del cuento: "...es un compendio explicativo de la jerga estilada en esta corriente literaria..."En verdad me urge y se los agradecería sobre manera.
dejo mi correo esperando alguien pueda ayudarme,
vitra.khaos@gmail.com
De antemano gracias, Vitra.
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