©1985, Paco Ignacio Taibo II |
Artículo publicado originalmente en el número 15 de la revista Encuentro de la Juventud del CREA, en abril de 1985. Este mismo trabajo, con permiso del propio Taibo, se reprodujo en el primer número de esta Langosta en diskette.
"Un novelista suele llevar constantemente consigo aquello que la mayoría de las mujeres llevan en su bolsa; muchas cosas inútiles, algunos utensilios esenciales y también, para completar el peso, un montón de objetos que pueden situarse entre ambos extremos".
El autor de esta frase murió hace tres años (en 1985. Hoy suman ya 28 años de aquel suceso -aclaración Langostera), y eso siempre molesta. El que escribe preferiría estar hablando de alguien vivo, o por lo menos de alguien de quien no supiera que el dos de marzo de 1982 murió tras haber sufrido dos ataques cardiacos en un breve lapso de tiempo y cuya última novela no será la próxima, porque no habrá próxima.
A Philip K. Dick me acerca su coqueteo con la locura y su odio contra el estado policial. Me acerca el haber leído a lo largo de 20 años casi todas sus novelas, con el seguimiento de un aficionado bastante crítico y no casado de entrada con el autor, pero siempre dispuesto a dejar que Dick abriera una nueva puerta o me propusiera una nueva locura.
De Dick me aleja su coqueteo con la locura, asumido de esa manera tan absoluta que lo llevó a sumergirse en el mundo de la droga durante muchos años, o a estudiar todas las religiones conocidas para poder escribir con solidez y autoridad de ellas. De Dick me aleja el haber leído casi todas sus novelas y el ya no poder leer ninguna otra más.
Philip K. Dick se fue a los 54 años, tras varios matrimonios fracasados, varias etapas de locura y hospitalización, varios lapsos de tiempo en que su cerebro se encontraba "más lleno de agujeros que un queso gruyere" por el uso de alucinógenos, más de 20 novelas de éxito variado, y muchos, muchos años de soledad y búsqueda de algo inatrapable.
Dick nació en 1928 en Chicago, de una madre que trabajaba en la censura y un padre reaccionario militante. No es de extrañar que pronto dejara el lugar y pusiera la mayor cantidad de kilómetros entre él y su infancia, instalándose en California donde estudia y ronda, malvive y supervive en el área de Berkeley. Desde los 25 años escribe ciencia ficción y comienza a publicar cuentos casi enseguida en Fantasy and Science Fiction, Planet Stories y Fantastic Universe.
Tiene 27 años cuando se publica su primera novela Lotería Solar, al año siguiente se conocen otras dos El Tiempo Doblado y Planetas Morales.
De estilo llano, tramas no excesivamente complejas, una crítica política a la sociedad un tanto inocente, sus primeros libros se incorporan suavemente a las bibliotecas de los seguidores de la Ciencia Ficción.
Convertido en un escritor profesional es presionado por el macartismo en 1957, pero el hecho de que trabaja en un género como la Ciencia Ficción, casi incomprensible para la mentalidad inquisidora y policiaca, lo mantiene a salvo de las listas negras y las persecuciones, aunque en su cuarta novela Ojo en el Cielo refleja con precisión el paso de la ley por su casa.
También en 1957 aparece Muñecos Cósmicos. Dick sin ser una de las primeras figuras de la Ciencia Ficción norteamericana, comienza a ser una presencia de sorprendente regularidad en el gusto de los lectores, sus libros aparecen publicados en francés y en español.
Sin embargo, no va por ahí la cosa. Entre 1954 y 1959 ha escrito una serie de novelas experimentales que son rechazadas por los editores.
En 59 y 60 aparecen otras tres novelas de Ciencia Ficción: Time out of Joint, Dr. Futurity y Vulcan's Hammer. Aquí se acaba la etapa hiperproductiva del autor. Una crisis matrimonial y el desajuste entre lo que quisiera escribir (y quién sabe qué sea), lo que escribe "en serio" (y nadie le publica), y lo que escribe en Ciencia Ficción (y tiene éxito aunque no lo convenza demasiado), lo desgarra.
En 62, con un nuevo matrimonio a cuestas que no resulta demasiado satisfactorio, comienza a jugar con la Ciencia Ficción y escribe ayudado por el I Ching, un libro brillante: El Hombre en el Castillo, una novela de política ficción situada en una Norteamérica en la cual los japoneses se pasean triunfantes tras haber ganado la Segunda Guerra Mundial.
La novela le da el éxito en el ámbito de la Ciencia Ficción y conquista para el autor el premio Hugo y millones de ejemplares vendidos en todo el mundo.
Así se reinicia su carrera, ahora con la ayuda de las anfetaminas, que ha descubierto en una de sus crisis depresivas. Produce entre otras obras: Torneo Mortal, Tiempo de Marte, La Penúltima Verdad y una novela muy bien armada Los Simulacros.
Los temas favoritos de Dick comienzan a perfilarse con claridad: alucinógenos, dobles realidades, mundos paralelos, sociedades cercadas en cuya cúpula habitan monstruos, intrigas generadas por el poder para mantener al pueblo idiotizado, colonias estelares masacradas por la rutina y el hastío, al haberse llevado los humanos con ellos toda su incapacidad para regenerar la vida, estados policiacos, mundos históricos paralelos, contacto con los muertos.
En 65 logra una nueva aproximación al premio Hugo por Los Tres Estigmas de Palmer Eldrich, y otra buena novela Dr. Blood Money, sobre el pánico nuclear.
En los siguientes años da a conocer: Zap Gun, Ubik, Mundo contra Reloj, ¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? (en el cine Blade Runner), y Gestarescala.
A fines de los 60, la droga comienza a minar seriamente su salud, ha probado todo tipo de alucinógenos, ha escrito varias de sus novelas parcialmente drogado, se ha visto obligado a reescribirlas, su producción es muy irregular, sufre crisis depresivas.
En un excelente artículo dedicado a la memoria de Dick en la revista española Nueva Dimensión (del que he tomado la mayoría de los datos biográficos del autor), Juan Carlos Planells narra:
"La decadencia de Dick empieza ese año de 1970. Abandonado otra vez por su nueva mujer, abandonado también por sus amantes ocasionales, casi sin dinero, con su casa permanentemente invadida por extraños personajes que campean allí por sus respetos y se llevan cuanto se les antoja, Dick cae en una profunda crisis y decide abandonar la literatura por segunda vez. Contribuye a ello el tener que prescindir de las anfetaminas y demás estimulantes que le mantenían en continua producción en los años anteriores (...); en noviembre de 1971, al regresar a su casa de San Rafael encontró que una bomba había estallado destrozándola. La policía no se interesa particularmente por el atentado y se limitan a aconsejarle que cambie de aires por una temporada. Al mismo tiempo Dick recibe varios avisos anónimos y llamadas notificándole que le matarán allí donde se encuentre".El mundo paranoico de sus novelas ha invadido la realidad. Dick se refugia en casa de otro escritor de Ciencia Ficción y luego ingresa en una clínica para desintoxicarse, aunque tiene una pancreatitis ganada, lesión permanente que lo marca y condiciona. De estas tremendas experiencias nacen dos de las más brillantes novelas de la Ciencia Ficción contemporánea: Una Mirada a la Oscuridad y Fluyan mis Lágrimas, dijo el Policía.
En ambos libros están marcadas las tremendas experiencias de Dick en esos años y dos de sus eternos materiales: el mundo de las drogas y el superestado policial.
Una Mirada a la Oscuridad lleva un dramático epílogo donde el libro es dedicado a un grupo de amigos de Dick, siete de ellos fallecidos, cuatro con lesiones cerebrales permanentes y tres con diversas lesiones producto del uso de la droga. Dick describe su novela no como un producto "moralizante" ni como una "visión burguesa" sino como una denuncia del "enemigo", la droga, un juego sin salida que llevaba a la muerte.
Fluyan mis Lágrimas, dijo el Policía, se concentra en la denuncia del estado policial. Acorde a la posición del autor expresada en una conferencia en los siguientes términos:
"La idea que se aferró a mi hace 27 años y que nunca me ha soltado, es ésta: toda sociedad en la que la gente interfiere con la vida privada de los demás no es una buena sociedad; todo Estado en que el gobierno "sabe más que usted", es un estado que debe ser derribado. Ya sea una teocracia, un estado corporativo fascista o un capitalismo monopolista reaccionario o incluso un socialismo centralizante".A mediados de los 70, produce otras dos novelas: Sivaini y The Divine Invasion, de nuevo sobre un juego de realidades, con una estructura argumental francamente compleja.
Leer a Dick es una experiencia extraña y absolutamente diferente. Sus libros son extraordinariamente sugerentes, a ratos dejan la sensación de estar desarmados, mal rematados, deshilvanados. Otras veces la fuerza de la historia conquista al lector. A veces la sensación de que hay una doble mente detrás de la máquina de escribir, o de que se está asistiendo a un fenómeno de seudo-lucidez nos invade. A pesar de estas sensaciones (no se puede dejar de pensar que una buena parte de su producción está escrita en otra dimensión, la alimentada por las alucinaciones), Dick cautiva. Su crítica radical, su extraordinaria imaginación, la calidad de sus diálogos, nos vencen.
Dick se ha ido cuando había derrotado a su "enemigo", al juego que lo quería matar y que terminó dejando su organismo debilitado. Yo ya no puedo leer otras de sus novelas. Ustedes quizá sí. Esa es la razón de esta nota. Por las librerías de nuestro país circulan algunos de los libros de Philip K. Dick, entre ellas los cinco que a mi juicio son los mejores: La Penúltima Verdad en la serie negra de Martínez Roca No.2, El Hombre en el Castillo editada por Minotauro, ¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas?, con el número 53 de la segunda serie de Nebulae (Edhasa); en la colección blanca de Acervo, Fluyan mis Lágrimas, dijo el Policía y Una Mirada a la Oscuridad.
Si las encuentran, podríamos olvidarnos de que hace tres años, un doble ataque cardiaco acabó con un organismo cansado por un juego maligno, y dejó a la Ciencia Ficción sin Philip K. Dick.
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